Se puede pensar que el que escribe, escribe para
enseñar algo, pero eso sería un error, el verdadero
escritor sólo escribe para sí mismo, es su forma de
desarrollo,
una forma de vida. Quizá otros puedan nutrirse de sus
escritos, pero sólo aquellos que hayan caminado tanto como
él. Por eso hay tanto escritor mediocre con tanto éxito.
De ahí la diferencia entre un clásico y un best
seller, que el primero se lee minoritariamente, generación
tras generación, traspasando la barrera del tiempo,
mientras que el segundo lo leen millones de descerebrados que se
reconocen en semejante basura. Lo
semejante tiende a lo semejante, quien ve la televisión basura se
embasurece, se emporca y acaba siendo el digno miembro de una
enorme piara, al cultivar y acrecer su peor parte. Pero al
acrecentamiento en la ignorancia sería absurdo llamarle
progreso, nadie es excelente por consistir su superioridad en ser
más ignorante que los demás, ser más
ignorante no es ser más sino ser menos, y no hay ciencia de lo
menos aunque exista el mal y el progreso en el mal.
También hay que cuidarse por ello del estancamiento y de
la involución, pues lo mejor, si no se ejercita, se
atrofia o se pierde.
Pero ¿por qué ocuparse de algo tan poco
apreciable como lo que todavía no es nada pero pretende
serlo todo? ¿Por qué pensar en los adolescentes
si son tan poco dignos de estimación? -se me podría
preguntar. Pues os daré dos razones: primera, que todo
acontecimiento es una buena ocasión para ejercitar la
reflexión, incluso el encuentro no ya sólo con los
adolescentes cronológicos, seres al fin y al cabo por
hacer y que quizá puedan llegar a desarrollar algún
tipo de excelencia, sino con los adolescentes con canas,
éstos ya despreciables y algunos irrecuperables, que han
involucionado de tal manera y se han estancado de tal modo, que
merecerían nuestra compasión si fuésemos
cristianos; pero como no lo somos, tan sólo se hacen
acreedores de nuestro desprecio. Y la segunda razón, ya
expuesta con otras palabras en relación con la acción
de escribir, que si pensar en el diablo era la forma en que los
virtuosos frailes querían progresar en lo divino, para
progresar en la razón cultivada, me veo en la necesidad de
estudiar aquello que la estorba o la impide. Como decía
Maquiavelo, se
trata de aprender el camino del infierno, para evitarlo.
¡Adolescentes!, vosotros sois quienes pretenden saberlo
todo sin trabajar nada, quienes pretenden tener dignidad sin
haberla ganado a pulso, quienes pretenden ser mejores sin
dedicar, no ya unos años, sino la vida entera a mejorar.
Sois quienes queréis los fines sin esforzaros por
conseguir los medios. En
nuestra época sois muchos, no sólo sois
adolescentes, y aunque sí principalmente, por edad, se os
puede localizar entre los 14 y los 20 años, también
personas de todas las edades y de toda condición social
podrán identificarse con la condición que
aquí se expone. Porque en nuestra época del
consumo
inmediato se piensa que se pueden comprar las virtudes, cuando
sólo se pueden adquirir con esfuerzo y años de
trabajo. No se
puede comprar el conocimiento,
ni la sensibilidad, ni la valentía, ni el amor, ni la
disciplina, ni
el respeto, ni la
prudencia, ni la amistad, todos
los hombres cuentan en general con esas y otras muchas facultades
en potencia, pero es
necesario llevarlas al acto y eso, en la cultura, a
diferencia de en la naturaleza, no
sucede espontánea y necesariamente. Como dice Hegel en la
semilla del árbol está ya contenido el árbol
futuro al igual que en el embrión humano está
contenido el hombre
futuro, pero el desarrollo del hombre no
consiste en llegar a ser hombre, como el del árbol
consiste en llegar a necesariamente ser árbol, sino que el
desarrollo del hombre consiste en llegar a la edad de la
razón, en convertirse en una razón, un cuerpo y una
sensibilidad cultivadas. Mucho más que en la naturaleza en
este terreno lo que no se poda, se abona y se rodea de un
ambiente
idóneo se marchita, se angosta, se tuerce y se pudre. Pero
la metáfora de la planta no nos basta, porque a diferencia
de ésta el hombre tiene que participar en cuanto hacerse
consciente de su voluntad de crecimiento o de lo contrario se
sufrirá de enanismo y borreguismo.
– Psicología del
adolescente-niñato.
El adolescente no accede aún a la teoría
en ninguna de sus modalidades, ni a la ciencia, ni
al arte, tiene, tan
sólo, psicología, y toma esa parte como un todo. Su
salida de la infancia le
sume en un letargo espiritual, una sensación de
autosuficiencia y un engreimiento, cuya extrema duración
puede acabar arruinándole en cuanto proyecto de
razón cultivada. Se cree especial aunque no tiene nada de
especial porque aún ni siquiera ha tenido tiempo de
forjarse ninguna especialidad. Experto en todo y en nada por obra
del Espíritu Santo, piensa que ha nacido ya con algo de lo
que carecen los demás, tiene la pérfida idea del
Antiguo Régimen de que por alguna razón oculta ha
nacido noble en un mundo de plebeyos.
La consideración de los demás es
recíproca y esta clase de
borregos se consideran todos ellos nobles y a los demás
borregos, esto es, prontos a juzgar a los demás sin tener
siquiera criterios ni elementos de juicio, prejuzgan
psicológicamente que todos son borregos menos ellos.
Todavía tienen que recibir muchas palizas hasta darse
cuenta de lo borrego que hay en ellos y, entonces, volcarse a
trabajar contra eso, su propia estupidez, y no pretender dar
lecciones a los demás.
Como desconocen el plano teórico no pueden desprenderse
de su yo, que les persigue a todas partes, ni de sus emociones, y
siendo incapaces aún de razonar, se dedican a rebuznar.
Pero sus rebuznos les suenan a música celestial,
aunque no hayan llegado tampoco a emanciparse del juicio de los
demás y la notoriedad de su ignorancia y su poca
valía les produzca un enorme dolor en los momentos en que
queda en entredicho o cuando les acaece un arrebato temprano de
lucidez.
– Humildad, buenos
modales, disciplina y respeto, las tres actitudes
básicas para el comienzo del crecimiento.
Estos cuatro conceptos resumen la actitud del
que aprende y progresa, porque sólo se puede aprender y
progresar con ayuda de lo que es mejor, es decir,
únicamente lo mejor nos puede orientar hacia el mejorar.
Contradictorio sería el tender hacia lo peor para ser
mejor. Ahora bien, ¿qué actitud es la que nos puede
ayudar a que lo mejor nos acoja? ¿cómo lograremos
que lo mejor, que no quisiera en principio, juntarse con lo peor,
se nos arrime y nos impulse ayudándonos a arribar hacia su
zona? Desde luego que no lo lograremos, ¡no lo lograreis,
adolescentes!, ¡creyendóos mejores que lo mejor!.
Hacia lo mejor, para ser acogido, hay que acercarse humildemente,
pidiendo permiso para entrar, quitándose los zapatos y
manteniendo alejada la sucia mano. Una vez dentro, habiendo
entrado con humildad y manifestando buenos modales, para
permanecer en lo mejor habrá que acrecentar la disciplina,
pues mantenerse en la lucha por mejorar requiere esfuerzo y
constancia, y una vez que la humildad y la disciplina nos hayan
hecho lograr el ingreso entre los mejores habrá que
demostrar respeto ante nuestros iguales y también hacia
todos los demás que se nos dirijan con educación,
amabilidad y cortesía. A los zafios los trataremos con
simple y llana cortesía, seremos meramente educados con
ellos, y no maltrataremos a quienes nos son inferiores, pero no
les podremos tener estimación, base del respeto, porque
sólo ha de estimarse lo igual o lo mejor.
Los modales son algo que se ha de aprender en casa
primariamente y ejercitar entre los conciudadanos después.
A tener modales se le llama tener buena educación, no
siendo a los profesores a quienes corresponde enseñar a un
niño a sonarse los mocos o pelar una naranja, sino a los
padres. Sin modales es absurdo que se acuda a la escuela, porque
entonces el profesor, en
lugar de enseñar su materia
tendrá que consagrarse a modelar el comportamiento, ya que sin un comportamiento
correcto es imposible enseñar nada ni aprender nada.
Quien se crea que puede acercarse a lo mejor y comprarlo,
pagando, como quien consume un artículo o valor de
cambio, va muy
listo, pues no se puede comprar, y por eso es tan estimable, lo
más estimable es lo que no se puede comprar ni vender.
¡Tratad, adolescentes infames, de comprar el amor, por
ejemplo! Pagareis a una prostituta unas lecciones de infamia que
os alejarán del arte de la erótica y no llegareis
más lejos en el exquisito arte del sexo que el
perro o el chimpancé.
– El momento de la
hybris y el final del miedo a la muerte como
recomienzo de una nueva etapa.
El momento de la hybris viene después de haber
acrecentado mucho, mucho, durante años, las fuerzas, y los
adolescentes que pretenden adoptarlo, sin tener potencia para
ello, son la manifestación más palmaria de la
temeridad de la ignorancia. Quien quiera hacer algo por los
demás primero tiene que hacer mucho por sí mismo,
para lo cual, desde luego, necesitará de otros con los que
aprender y otros que le ayuden a aprender. No hay nada más
triste ni más ridículo que un ignorante
pretendiendo aleccionar y enseñar a los sabios. Nada es
más zafio que la imagen de
Jesús, a los doce años, entre los doctores. Pero ya
se sabe que el cristianismo
es una religión de esclavos y un veneno progresivo
en lo peor. Tan sólo el capitalismo
rivaliza con el cristianismo en provocar envilecimiento,
estancamiento e involución.
"El carácter pecaminoso de lo corporal, y por
supuesto la aversión hacia la desnudez, es ya rasgo
inherente a la tradición religiosa judía, que
reaparece en el cristianismo, y, en segundo lugar, el atletismo y
los juegos
atléticos no pudieron quedar de ninguna manera al margen
del conflicto
entre cristiandad y paganismo, que precipitaría la
muerte, por
motivos religiosos, de los antiguos juegos paganos, y con ellos
del deporte griego
(…) La Iglesia
radicalizó su actitud frente a todo lo relativo al cuerpo,
y en consecuencia, frente a la educación física, de manera
que, al quedar la educación y la cultura en sus manos tras
el colapso del Imperio Romano,
la formación literaria de tipo clásico
sobrevivió, pero la formación física
desapareció o, mejor dicho, quedó reducida al
simple entrenamiento del
cuerpo con vistas a la guerra. Esta
situación, como es sabido, se mantuvo durante muchos
siglos, y sólo en época contemporánea la
educación del cuerpo ha comenzado a ocupar el lugar que le
otorgaron los griegos, el lugar que, en suma, le corresponde en
la formación integral del ser humano".
(F.García Romero Los juegos Olímpicos y el deporte
en Grecia.
Editorial AUSA. Sabadell, 1992, 1.4.2.1. págs
169-170).
El cristianismo sintió profunda aversión por el
cultivo del cuerpo y de la mente, sustituyendo a ambos por el
culto al espíritu. La flagelación y
mortificación del cuerpo sustituyó a las
prácticas deportivas y la plegaria y la teología
desplazaron o sojuzgaron a la sofística y a la filosofía. No puedo detenerme aquí a
explicar la relación de la muerte, de lo negativo, con la
vida, y de cómo el cristianismo nubló y
debilitó las mentes con la mentira de la
inmortalidad, para eso hay que leer a Hegel y eso es algo que yo
apenas estoy comenzando a hacer, pues no hace mucho que se leer
(mis iguales entienden lo que significa esto último y a
los demás es ocioso el explicárselo).
– Música, Gimnasia y
Filosofía, los tres modos fundamentales del
desarrollo.
La música desarrolla la sensibilidad, la gimnasia la
corporalidad y la filosofía la intelectualidad. Las dos
primeras enseñan el equilibrio, la
armonía, la paciencia y la disciplina necesarias para
abordar con humildad y respeto la tercera, al tiempo que abonan
el terreno sobre el que se asienta el pensamiento.
El pensamiento no puede asentarse sobre una sensibilidad embotada
ni sobre una corporalidad enfermiza y angostada, de ahí
que todas las labores humanas que embotan la sensibilidad y
arruinen el cuerpo sean trabajos a los que los griegos, nuestros
principales maestros, consideraron siempre como propios de
esclavos y no de hombres libres. Lo divino que hay en el hombre
son esas semillas por desarrollar.
"¿Qué gobierno supremo,
qué magistratura, qué reinado puede ser más
excelente que el de quien, despreciando todo lo humano y
considerándolo indigno de la filosofía, no medita
más que en lo sempiterno y divino, y está
convencido de que aunque los otros hombres puedan llamarse tales,
sólo lo son realmente los educados en las humanidades?"
(Cicerón República, Libro I, 17,
28-29).
Componer música (arte), realizar nuevos movimientos
corporales o hacer teoría científica o
filosofía, son las tres pruebas
fundamentales del haberse desarrollado. Son, esencialmente,
resultado, resultado de un laborioso trabajo, del menos vil de
los trabajos, del trabajo de la consecución de la
areté, de la labor de la excelencia. La capacidad
teorética, la sensible y la práctica son un
resultado que se convierte en un nuevo comienzo en un nivel
superior, en un proceso de
retroalimentación que nunca culmina. Pero
un desarrollo unilateral, como el especialismo para la profesionalización, exclusivo fin de
nuestras escuelas actuales, no equivale a progreso en general, ya
que sólo se puede avanzar en todos los frentes a la vez.
De ahí que el nivel del progreso en particular sea siempre
más alto que el nivel del progreso real, esto es, general.
Ello nos hace comprensible que un profesional de nuestro tiempo,
aparentemente un triunfador, desde el modo vulgar de considerar
el éxito, pueda ser en la realidad un infrahombre, como
nos lo demuestran a diario muchos de nuestros conciudadanos, en
la
televisión, en los certámenes futbolísticos, en los centros de consumo
conspicuo, en todos los lugares y escalas del espectro de la
sociedad del
dinero.
– Agonismo y
semejanza.
Los niños,
en Grecia, iban acompañados de sus pedagogos, como
Menón en la obra platónica que lleva tal nombre.
Sócrates
al hablar con adolescentes, con quienes habían pasado la
edad de Menón e ingresado en la institución de la
efebía, no pretendía enseñarles nada, pues
nada decía tener que enseñar, sino que
proponía que la búsqueda del conocimiento era lo
que proporcionaba la virtud y, al buscar la propia, le gustaba
caminar en compañía, y al no encontrar semejantes,
se contentaba con caminar junto a los mejores jóvenes de
Grecia, ya que los viejos estaban ya echados a perder por la
política y
el dinero. Sin
embargo los sofistas sí que pretendían
enseñar la virtud, como si fuese algo que se pudiese
transmitir y no algo que sólo podía alcanzar el
interesado mismo, con su trabajo y esfuerzo, siendo entonces algo
sobre lo que tan sólo se podría ayudar a alcanzar
mediante la orientación. Pero Protágoras parece
entenderlo del último modo, porque cuando en el diálogo
que lleva su nombre responde a la pregunta de Sócrates
sobre lo que conseguirá un noble muchacho al acudir a su
compañía, el sofista responde que se hará
mejor. Esto es, no lo hará mejor Protágoras, sino
que se hará mejor el muchacho si frecuenta la
compañía del sofista. Y eso porque lo semejante
tiende a lo semejante, de modo que si se quiere ser mejor
habrá que buscar la compañía de los mejores
y, imitándoles primero, participar después de su
virtud hasta llegar a alcanzar su virtud.
La relación de Sócrates con Alcibíades
sería incomprensible de no haber una semejanza de la
desemejanza, y, efectivamente, lo que dice Heidegger
acerca de esa relación es que el pensamiento más
profundo se relaciona con lo más vivo, con lo que
manifiesta una mayor vitalidad. De todas formas dirá
Sócrates en la
República que en la relación sale perdiendo, ya
que él tiene mucho más que ofrecer que el joven
Alcibíades, pero este último había
demostrado y habría de seguir demostrando después
que era de los mejores y por tanto digno de la atención del filósofo. Su belleza,
su nobleza, su ingenio, el modo respetuoso y atento como trataba
a su maestro, su actitud erótico-festiva y su humildad
intelectual para con el pensador le hacían acreedor de la
suerte de su compañía.
Los diferentes pueden ser nuestros semejantes porque muchas
son las virtudes y las formas de progresar en la virtud.
Artistas, como Mozart o como
Esquilo, son semejantes de filósofos como Platón o
Nietzsche, o
de científicos como Darwin o
Einstein. ¿Cómo no va amar la filosofía al
arte si es lo que necesita para completarse?. El arte, la ciencia
y la filosofía son las principales formas de progresar en
la virtud. Difícil es cultivarlas todas, pero necio el no
cultivar ninguna.
El problema de la educación de los adolescentes,
concebida de un modo trivial o usual y no del
erótico-festivo antedicho, es que ni Sócrates ni
Protágoras aprenderían nada ni progresarían
en nada si en lugar de semejantes, frecuentasen la
compañía de los inferiores. ¿Qué
podría aprender Sócrates de los más torpes
de sus interlocutores? ¡Nada! Aunque de los mejores, como
Alcibíades, recibiese edificación. En esos otros
casos en los que la inferioridad es manifiesta y no hay siquiera
el elemento erótico-festivo de la edificación que
se produce cuando lo profundo se mezcla con lo más vivo,
produciéndose el encuentro entre dos plenitudes, cuando el
caso es de confrontación con la ignorancia, como el del
Eutidemo, no hay agonismo, no hay progreso mutuo de las dos
partes en liza, lo que hace Sócrates es propinar una
paliza a su adversario, con facilidad, sin tener siquiera que
esforzarse. Por eso el diálogo más
agonístico de Platón,
junto a El Banquete, es el Protágoras, porque en él
se encuentra Sócrates con un semejante, con un
contendiente de la misma envergadura. Y la estructura
pugilística del diálogo refleja una realidad
profunda, la acción agonística en dirección a la virtud, que deja a cada
contendiente con los golpes y el aprendizaje del
otro.
– Rivalidad, Olimpiadas y
formación integral: contra la especialización
extrema.
Ya existieron en la Grecia clásica unos pocos
críticos, contrarios al deporte especializado.
Platón sitúa a la gimnasia y a la música
como elementos propios de la educación pública de
todos los ciudadanos, tanto hombres como mujeres
(República 376e, 403c, 452a-b, 455d ss., 521d y ss.;
Leyes 765d,
754c-d, 801d, 804e, 809a). Ataca duramente el régimen de
vida y la finalidad del sistema de
entrenamiento de los atletas profesionales (Rep. 403e, Leyes
796a.d y 830a) que acaban arruinándose como seres humanos
a causa de la dedicación en exclusividad al deporte;
condena de la especialización que reaparece en Aristóteles (Política 1338b). La
gimnasia debe practicarse sin excesos "desde la niñez, a
lo largo de toda la vida" (Rep. 403c; Leyes 643b-c y 794a-b),
incluso durante la vejez
(Aristóteles Política 1331a), buscando un
equilibrio entre la educación
física y la intelectual, ya que Platón y
Aristóteles coinciden con el ideal de la educación
ateniense tradicional, en el que el cuidado del cuerpo, junto al
del espíritu, también hace mejores, moral e
intelectualmente, a las personas, ya que proporcionan cualidades
como la valentía, la honestidad, la
resistencia, la
belleza, el vigor y la salud. El agonismo griego se
caracteriza por la reunión de hombres "que no compiten por
dinero, sino por poner a prueba sus cualidades" (Heródoto
8.26). A través de la rivalidad (agon) de los
certámenes atléticos, poético-musicales,
teatrales y filosóficos, se fomentaba el cultivo y
desarrollo de la excelencia (areté),
distinguiéndose ya en la antigüedad entre una
rivalidad buena o positiva y otra mala o meramente destructiva
(las dos Érides de Hesíodo Trabajos y Días
vv.12-42). La discordia positiva es la que permite el crecimiento
mutuo y tiene esa finalidad, mientras que la discordia negativa
es la que busca la destrucción o el sometimiento (esclavitud) del
otro en lugar del mutuo desarrollo.
Fácilmente se podrá incluir en nuestros
días, leyendo lo anterior, a la competencia del
liberalismo
económico moderno o capitalismo en la Eris (discordia)
mala, que busca el sometimiento del otro a través de la
esclavitud laboral y el
exclusivo crecimiento económico a consta de la ruina
física, moral e intelectual propia y ajena. El capitalista
es un especialista en el enriquecimiento económico
privado, siendo el egoísmo, la maximización del
beneficio, la única finalidad de todas sus actividades;
debido al equívoco que suscita la idea moderna de que las
cualidades físicas, morales o intelectuales,
se pueden comprar en el mercado.
Nunca los críticos del especialismo pudieron vencer la
afición popular y entre los vencedores de los juegos,
aunque hubo muchos ciudadanos empezaron a surgir profesionales.
Se levantaban estatuas a los vencedores alabando la belleza y
destreza de su arte, los poetas les cantaban como hijos de
algún dios y sus ciudades les trataban como héroes
eternos.
El Atleta triunfador era uno de los hombres de mayor
éxito social, ganaba la exención de pagar impuestos y de
hacer el servicio
militar, el derecho a la manutención vitalicia en el
comedor de honor de la ciudad, la inmunidad personal y la
inmunidad de encarcelamiento, entre otras ventajas dependiendo de
la época. Al principio el ciudadano que practicaba el
deporte como parte de su formación recibió estos
homenajes, homenaje que Sócrates pidió al tribunal
que lo condenaba a muerte como pena alternativa a su
acción por la ciudad, pero poco a poco el ciudadano
empezó a ser desplazado por los profesionales,
especializados exclusivamente en el deporte y embrutecidos en
todo lo demás.
¿Qué son los cien años de Olimpiadas
modernas frente a los más de 1.200 años de las que
se celebraron en la antigüedad?. Desde el siglo VIII a.C.
hasta el siglo IV d.C. se llevaron a cabo, cada cuatro
años, los Juegos antiguos. Luego tuvo Occidente un largo
periodo (quince siglos al menos) durante el cual había
perdido su tradicional práctica de los deportes de competición.
Quince siglos de estancamiento a causa del cristianismo. Hasta
que en Atenas, en el año 1896, se llevó a cabo la
primera Olimpiada de los Juegos Modernos. ¿Pero tienen
algo que ver esos nuevos juegos profesionalizados y masificados
con el agonismo de la ciudad griega?
– El pugilismo como
ejemplo particular del agonismo educativo en general.
El pugilismo es un buen ejemplo de agonismo y es en el
agonismo deportivo y corporal donde mejor puede verse la
relación entre la rivalidad entre semejantes y la virtud.
Los certámenes atléticos, poético-musicales,
teatrales, sofísticos y filosóficos centraban la
vida del pueblo Griego, en el deporte su máxima
expresión se daba claramente en las tres modalidades de
lucha sin armas: pugilato,
lucha y pancracio, además de en las otras modalidades
deportivas, orientadas todas ellas a la guerra y a la defensa de
la libertad
frente a la esclavitud.
Hay que distinguir entre entrenamiento y competición al
hablar del agonismo griego. El entrenamiento puede hacerse y es
favorable que así sea con alguien que esté un poco
por encima del nivel que se tenga, de ese modo el superior
siempre puede aprovechar para su ejercicio de mantenimiento
al inferior y el inferior progresará al ver la meta cercana.
Cuando un maestro entrena con un novato, el primero se aburre y
pierde el tiempo, mientras que el segundo no puede aprender nada
por estar muy por encima y muy lejano, el nivel del primero. Los
maestros sólo deben enseñar a los mejores, porque
tienen la maestría, que los mejores están a punto
de alcanzar.
En la competición nadie pondrá en duda que los
contendientes tienen que ser semejantes, ya que de lo contrario,
el púgil superior proporcionará una soberana paliza
al púgil inferior, y nada se aprende de boxeo por hacer el
papel de saco, aunque para los espectadores que no conozcan a
fondo el espectáculo pueda ser mayormente espectacular una
paliza que el equilibrio entre iguales de gran nivel. Es
más vistosa a un neófito la paliza que puede dar un
ajedrecista avezado a quien no domina el juego que un
encuentro entre campeones del mundo o maestros.
Se dirá que el entrenador muchas veces no es un
semejante, sino que lo ha sido, lo cual quiere decir lo mismo, ya
que si por la edad y no por desidia y abandono, se pierde vigor
corporal, no por ello se pierde lo que se adquiere a
través del vigor corporal. El entrenador físico
entrado en años, el excampeón pugilístico,
puede ayudar a los que quieran llegar al nivel que él
conoció y conoce, dirigirá entonces su
entrenamiento, aunque ya no entrene con ellos.
Por suerte el vigor intelectual es mucho más duradero
que el corporal y el maestro siempre podrá llegar a
competir con sus discípulos, devenidos maestros ellos
mismos, como con iguales. El mejor discípulo de
Sócrates fue Platón, el mejor de Platón
Aristóteles, el mejor de Husserl fue Heidegger, todos
ellos rivalizan en la maestría de la filosofía,
juntos cuando pertenecen a la misma época, a través
de los siglos, cuando no son contemporáneos. Sin embargo
suele haber algo erróneo en muchos maestros, algo que pone
en duda incluso su condición de tales, pues muchas veces,
en lugar de alegrarse de que su discípulo se haya
convertido en maestro y haya llegado a rivalizar con él,
lo experimenta como una traición, ya que antes le
seguía y ahora vuela por sí solo y se le enfrenta.
Pero esa actitud denota un fallo en el maestro, ya que si bien la
actitud del discípulo novato o del niñato, que
pretenden saberlo todo sin trabajar nada, resulta detestable, la
actitud del maestro que, tras largos años de haber
dedicado tiempo al discípulo, viendo su crecimiento, no
acepta gozoso que el pupilo vuele por si sólo y ya no
necesite más entrenamiento sino mucha competición,
comete una falta a la que el maldito mesianismo somete a veces
incluso a los mejores, la de no querer iguales. Pero eso pasa por
falta de ejercicio, ya que el maestro acostumbrado a frecuentar
maestros no se apenará de contar con uno más y
ahora exdiscípulo, mientras que el maestro acostumbrado a
los adolescentes, al tiempo que pierde la ocasión de
mejorar su maestría, se estanca y se envilece, pierde la
perspectiva de la igualdad y, de
tanto estar tan por encima de sus pupilos, se desacostumbra y ya
no admite ni la rivalidad ni su propio progreso.
Cierto que hay también entendidos en la materia, y
muchos que quieren pasar por tales sin serlo, esto es,
charlatanes, ya que los griegos no sabían todos ellos
componer tragedias (aunque desde la niñez se habían
ejercitado en contemplarlas y en componerlas) y, sin embargo,
eran unos extraordinarios jueces de las tragedias. Pero es que el
árbitro de una competición, aunque sea necesario
que sea un practicante aficionado de la actividad en la que se
compite para poder
valorarla o juzgarla en su mayor o menor estimación, no
tiene que ser un experto competidor él mismo, para poder
darse cuenta de cuando un contendiente es mejor que otro. El
árbitro puede ser un aficionado, pero no solamente a la
contemplación, como en nuestros días, sino a la
práctica de aquello que ha de juzgar. Contra más
lejano al de los contendientes sea el nivel del propio
árbitro peor será su juicio, ya que en rigor, uno
sólo puede ser juzgado por sus semejantes o por quienes
estén por encima.
Sólo la miseria de tener que ganarse la vida de ese
modo ha obligado en nuestro tiempo a que los maestros tengan que
ocuparse de la educación de los adolescentes, cuando
bastaría un joven un poco más maduro para educar a
los adolescentes, o un adulto que no fuese un maestro,
bastaría (y de hecho basta) una cualificación
ligeramente superior a la que se exige, siendo contraproducente
la mayor distancia. Resulta claro que todos los maestros que
pueden, dejan a los novatos en manos de un aprendiz avanzado y se
consagran a la enseñanza de los mejores, de quienes
empiezan a ser sus semejantes, y quienes no hacen eso, o bien no
pueden escoger o en realidad no son maestros. Aquel adulto que
dice que lo que a él le gusta es enseñar a los
niños no es un maestro, no tiene maestría, sino que
cuenta con bondad, amabilidad y poco seso, su nivel
científico es muy pobre. También todos los mamíferos son pacientes y amables con los
cachorros.
Cuando se piensa que el mejor profesor de un niñato es
el más sabio, el maestro, se atiende a una mística
espiritualista del todo quimérica, la de que aquél
que conoce lo más profundo es quien está mayormente
capacitado para transmitir la magia de la ciencia a través
de la enseñanza de lo más simple. Un árbol
robusto no crece en un terreno que no ha sido previamente abonado
y regado, por muy sabio que sea el agricultor que plante la
semilla.
De la nada, nada puede surgir.
Simón Royo Hernández
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